Miniaturas
Mientras abría la vitrina de cristal donde guardaba todas sus miniaturas, se puso a reflexionar sobre la grandeza que pueden contener en su interior las cosas pequeñas. En un mundo reducido que se amplía cuando entras en él. Caminas con cuidado sobre los pisos de cristal y mientras vas sacudiendo el polvo descubres un libros con letras azules, frases inconclusas que te reviven pasajes de vida, mas allá tropiezas con el abanico de flores color de rosa y las castañuelas de madera que dejan escapar aquella música que permanecía pagada en tu memoria. Detrás de abanico la niña japonesa y el recipiente de migajón; en aquella esquina la armónica que aun guarda La Venadita entre sus melodías. Mira por allá el alce de origami y los muñecos de chaquira que encierran en sus dobleces y en sus cuentas, pedacitos de vida.
Las miniaturas la hicieron pasar sin esfuerzo al calido albergue de la grandeza. De pronto ella tuvo que hacerse pequeña, para estar a la altura de los pequeños objetos que la invitaban a pasar.
Ahí pudo subirse a la bicicleta de metal todavía con olor a pinole y destapó todas las cazuelas y tomo agua del botellón de barro. Recorrió antiguos caminos y visito nuevamente lugares lejanos, la guitarra y la mandolina trajeron sus acordes frescos.
El juego de geometría, la maquina de escribir, el balero, las maracas., la muñeca de Chihuahua y el mar al óleo.
Abrió la sombrilla de papel y tomo los binoculares, alcanzo a ver un mundo de colores y engrandecido.
Momentos felices, conservados en el corazón de cada figurita. Luz atesorada, caminos recorridos que permanecen.
Salió de la vitrina con una sensación de bienestar, cerro la puerta con cuidado. Desde su mundo grande, las miniaturas le agradecieron la visita.
Verónica Delgado Oviedo
Revista HÁBITA
Agosto 2010
Año 7 No. 73
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